Entre las grandes lecciones que uno va aprendiendo en el transcurso de la vida, en uno de los escalafones más altos, está saber despedirse. Y uno puede hacerlo con un fiestón cual Project X en el que ni conoces a ese chaval con pinta de estudiante de informática tirado en el suelo del jardín con un viaje de éxtasis. O con unas birras con tus colegas en ese bar de mesas desconchadas y serrín en el suelo en el que arrancaron todas las grandes noches.Vetusta Morla, sin duda, es de los segundos.
Porque el grupo madrileño, respaldado por 2.500 de sus ‘valientes’, eligió la sala La Riviera, clásico entre los clásicos de la música y la noche madrileñas, para despedirse de los escenarios como mínimo hasta 2026 en el que ha sido su séptimo bolo en las últimas nueve noches. Las birras con los colegas antes que el Project X. La sala que llevaban sin pisar una década antes que los macropabellones que han llenado por toda España en los últimos años.
Arrancó Pucho con Puentes y El discurso del rey, pero tras el primer «buenas noches, valientes» y a la tercera ya se armó La fiesta mayor. Solo que en este caso sí que había alguien y la música lejos de irse a otra parte se quedó en una pista a reventar. Y como la atmósfera ya invitaba a ello llegó El Golpe maestro previa a la primera intervención con un público ya sudoroso como merece un concierto de despedida.
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«Diez años llevábamos sin venir a La Riviera y ahí dimos cinco conciertos. Desde esa noche nos mola mazo La Riviera y por eso nos pusimos nostálgicos. En los palacios de los deportes, las cajas mágicas y los metropolitanos lo pasamos muy bien pero como mola volver a una sala […] Hemos venido a celebrar la amistad que nos ha unido estos 25 años en tiempos de individualismo feroz», enunciaba el cantante escoltado por sus inseparables Guille, David, Jorge, Juanma y Álvaro.
Figurantes, que da nombre a su último disco, sirvió de arranque a un segundo bloque en el que se entremezclaron las canciones de ese último trabajo -Cosas que hacer un domingo por la tarde- con algunos de los clásicos de la banda –Un día en el mundo, Virgen de la humanidad o El hombre del saco-. Fue ese el momento para que el público coreara Maldita Dulzura, manos arriba de lado a lado, como ese himno con el que todo grupo de colegas se busca en cuanto suena. Y por si alguno estaba en el baño, Vetusta le dio una segunda oportunidad con Finesterre seguida de un par de olas de esas que se ven en el fútbol cuando tu equipo ya gana 3-0.
«Esta ola está chapó, eh», bromeaba a estas alturas ya Pucho antes de «un canto de amor capullo» a su ciudad en Ay, Madrid contra «la gentrificación», «la turistificación» y «la riquizacion» de sus barrios. Y con la música también vinieron los mensajes políticos: «Hay muchísima gente que podría ganar mucho dinero recibiendo eventos en otros puntos de Madrid, no todo puede estar en el centro». O «no queremos que talen más árboles, respeten nuestros árboles», a apenas unos metros de donde los vecinos de Arganzuela llevan meses protestando por las talas para llevar el metro a Madrid Río.
Y, de la capital española, avión directo a Copenhage para «dejarse llevar» y que los decibelios del público taparan la voz de un Pucho al que ya solo se pudo intuir entre la multitud en La Vieja Escuela. Las cervezas con los colegas, a esas alturas, ya eran una ronda de cubatas al ritmo de 23 de junio y su «deja el equipaje en la ribera para verte como quieres que te vea».
Así se fue lanzando la banda madrileña hacia el cierre del concierto con el bloque más movido de la noche con Mapas, Te lo digo a ti o Sálvese quien pueda. Fue ese trío el que precedió al momento de euforia colectiva que arrancó Valiente y reventó el sonido rock con tintes folk de Saharabbey. ¿Y qué no puede faltar en toda euforia? Su buen «lololo» y «laralala» del respetable, que se alargó unos minutos ya con los músicos fuera del escenario antes de un regreso que para algunos se estaba alargando más de lo permitido.
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